Somos histriónicos, difíciles e irreverentes, la sátira viviente del mundo moderno que no vacila en reflejar aquella hermosa y compleja realidad en la permanente dicotomía del ser humano, donde no muchos se atreven a indagar.
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Tiempo atrás, se han encontrado osamentas que atribuyen la existencia del ser humano hace más de 15.000 años en el sur de nuestro país ampliando las hipótesis del poblamiento, también registros arqueológicos aumentan la controversia de hallazgos vikingos en el norte de América, intercambio mercantil entre los polinesios y nuestra cultura mapuche a mediados del siglo XIV sin mencionar la sorpresa que se llevaron arqueólogos bolivianos cuando en 1969 encontraron cerca de las ruinas de Puma Punku, una vasija ceremonial que sorpresivamente muestra escritura cuneiforme Sumeria, que sorpresa… Al parecer nuestra historia debería ser reescrita cosa que no es aceptado por la ciencia manteniendo el antiguo sistema que a todos nos han enseñado en el colegio. Lamentablemente la postura a nuevas teorías está siendo rechazada por los medios oficiales.
Al parecer muchas culturas se han paseado antes que los españoles por tierras americanas y también chilenas, no podíamos estar exentos de esto. En esta oportunidad quiero hacer entrega uno de los hallazgos más llamativos que se han encontrado en nuestro país con base en aquellas visitas foráneas miles de años atrás.
Que dirían ustedes si les cuento que uno de los mayores imperios del mundo recorrió tranquilamente el sur de Chile, sorprendente ¿cierto?
Para esto, nos remontamos al año 1885 cuando el naturalista alemán Karl Stolp, residente en Chile en aquella época, recorría el Cajón del Tinguiririca cuando fue sorprendido por una fuerte tormenta de nieve que lo obligo a buscar refugio. Lo hizo dentro de una gruta natural que él pudo hallar. Al estar ahí, había encontrado en sus paredes presencias de extrañas figuras y símbolos que él no reconocía pintados de color rojo, negro y blanco, asumiendo que correspondería a arte rupestre de habitantes de ese lugar años atrás. Además, dentro de la caverna encontró vestigio de 5 osamentas, las condiciones en que se encontraban eran deplorables y se desintegraron por el tiempo de exposición y por la cubierta de más de 30 centímetros de polvo que contaba dicha caverna. Stolp regaló una de estas calaveras al Museo Nacional Chileno y publicó los detalles de esta excursión en la revista de la Sociedad Científica Alemana en Chile. Años más tarde, en 1975, el epigrafista neozelandés Barry Fell, halló la publicación del naturalista Karl Stolp y las reproducciones de las inscripciones principales de esta cueva, constatando que pertenecían a la misma expedición que realizo en Nueva Guinea, traduciéndolas:
“Limite sur de la costa alcanzada por Mawi. Esta región es el límite sur de la tierra montañosa que el comandante reclama, mediante proclamación escrita en esta tierra triunfante. A este límite sur llegó la flotilla de barcos. El navegante reclama esta tierra para el Rey de Egipto, para su Reina y para su noble Hijo, comprendiendo un curso de cuatro mil millas escarpado, poderoso, montañoso, levantado en lo alto. Agosto, día 5 del año 16 del Rey”.
En aquella fecha, el faraón era Tolomeo III Evergetes, la reina era Berenice II de Libia, y el hijo, el futuro, faraón Tolomeo IV Philopator. La lengua era la de Libia, emparentada con el egipcio y el maorí antiguos, y la escritura libia se utilizó en Nueva Zelanda hasta el siglo XV. La larga experiencia del epigrafista Fell en la traducción de litoglifos libios y maorís, asegura la seriedad de la transcripción que ofrece. Barry Fell, fundador de la Epigraphic Society, demostró, por litógrafos hallados en Polinesia, que una flota libia al mando de Rata y Mawi había penetrado en el océano Pacífico en el año 232 A.C. Fell tradujo las inscripciones dejadas por estos libios en Nueva Guinea, y animó a los participantes a buscar inscripciones en la misma lengua en otras islas del Pacífico. La "refutación" de la interpretación de Fell fue firmada por el director del Departamento de Ciencias antropológicas y arqueológicas de la Universidad de Chile, quien afirmó que: "estas pictografías o pinturas rupestres no corresponden a ningún tipo de escritura, ni líbica, ni menos pueden traducirse". Agregó que, si los especialistas norteamericanos desean postular la presencia de egipcios en Chile, deben apoyarse en otros tipos de evidencias. Y que confundir los dibujos pintados con escrituras, es un error inaceptable.
El asunto se dio por finalizado en Chile. Pero la identificación por el mismo Fell, de litógrafos egipcios en Iowa, y del origen egipcio de los jeroglifos Micmac, imponen una revisión de todo lo relativo a los descubrimientos, o por lo menos a los viajes por el Pacífico de los egipcios, cuya influencia en América ya ha sido comprobada por los estudios de Ibarra Grasso, Heinke Sudhoff, y otros antropólogos y arqueólogos. Las pinturas de la cueva ya habían sido registradas en febrero de 1861 por el científico polaco Ignacio Domeyko. En 1906 el sitio fue parcialmente destruido por un terremoto.
Ante estos hallazgos, la comunidad científica no avaló la veracidad de los hechos, quizás por conveniencia o realmente por el respaldo histórico. Lo importante, y lamentable, de todo esto es que esta hipótesis de viajes egipcios a Chile ha quedado casi en el olvido emplazado por posturas obsoletas que quizás en un futuro no muy lejano pueda ser aceptada.
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