Marzo 28, 2024

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SEXO CON TU SOMBRA Capitulo 5 - Por Katha Morgan

 

Raquel se puso de pie, acomodó su cabello una vez más para tratar de cubrir su rostro y se retiró al baño. Mientras tanto, creyendo que ya todo estaba decidido, Darío pidió la cuenta y se bebió de un sorbo el vino que le quedaba en la copa. La muchacha se sentía muy confundida además, de un poco ebria, estaba disfrutando la cena, se había reído mucho, como hace mucho tiempo no lo hacía, el tipo era divertido, era guapo aunque algo raro, muy directo y pretencioso, pero siendo sincera, ella sabía que en sus condiciones nadie podría acercársele, quizás, ésta era la última oportunidad de conocer el amor, o por lo menos de saber lo que era tener el cuerpo de un hombre junto al suyo, ya que sufrió el accidente cuando era una adolescente y jamás había hecho el amor con nadie, ni antes, ni después.

En el baño, parada frente al espejo, se observó largo rato, se recogió el cabello y se miró con especial detención, como nunca antes lo hizo. Sus ojos, su nariz, su pelo, sus labios, eran hermosos, perfectos, pero no podía evitar mirar sus pómulos y notar la horrible hendidura en uno de ellos, ver esa cicatriz que le atravesaba la mejilla y la desfiguraba. Le molestaban esas marcas, eran horripilantes para cualquiera que la mirara, pero ahora tenía en frente a un loco que decía darle todo a cambio de casi nada y ni siquiera quería mirarla, eso le daba lo mismo. Este hombre, para ella parecía perfecto, tan sólo conocía su sombra y voz y quería tener (por lo menos) una noche de amor con ella, pero en ese minuto le surgió la pregunta: ¿quiere dar y recibir amor o sólo necesita sexo?

La rubia se acomodó el cabello dejando tapado su rostro, le sonrió levemente al espejo y decidió irse a casa con su insipiente enamorado. 

 ­— ¿­estás lista princesa? —dijo Darío sintiendo que Raquel se sentaba.

—Sí, vámonos príncipe —respondió ella con tono burlesco.

Raquel tomó del brazo a su loco enamorado y lo condujo a la puerta del restaurante, luego en la calle iban riendo, pero con esa risa nerviosa que provoca una caminata romántica después de beber vino blanco. Al cabo de apenas 3 minutos, llegaron a la puerta de la casa y parados en frente ambos se detuvieron. —Es aquí —dijo ella soltando un largo suspiro. Luego de esa frase se produjo un incómodo silencio antes de que el muchacho le tomara la mano firmemente y le pidiera que entraran. Ambos estaban absortos en una rara mezcla de misterio, deseo, amor y locura y así eran felices.

Entraron en silencio, la casa estaba oscura y no se tomaron la molestia de encender las luces, Raquel cerró la puerta lentamente y entregada a todo lo que podía venir (y ella no detendría) lo condujo al dormitorio y lo hizo sentarse en el borde de la cama, de su cama, esa cama sin mácula de hombre alguno. Parada frente a él, lo abrazó, le rascó la cabeza dulcemente, enredando sus dedos entre el cabello del que sería su primer hombre. Darío se dejaba querer, alzó sus manos y comenzó a deslizar sus dedos suavemente por la espalda semidesnuda de ella, la apretó contra él, sintió en su mejilla los pezones duros de la chica y quiso seguir; la tomó por la cintura y la sentó en sus piernas, su boca buscó la suya encontrándose en un beso profundo y apasionado, soltó la tira del vestido que sujetaba la tela detrás de su cuello y con esa simple acción la desnudó. El vestido resbaló y quedó arrugado en el suelo, ella lo movió con sus pies mientras se quitaba los tacones. Mientras, él se quitó la ropa, y se quedó de pie frente a ella; tomó la mano de Raquel y la puso sobre su pecho, la dejó acariciarlo por un momento y la abrazó a su cuerpo cálido con rapidez y firmeza. Ambos estaban desnudos, abrazados y besándose en la penumbra. Así empezó esa bella noche de pasión. Se palparon mutuamente, él comenzó en su cuello y bajó suavemente hasta sus pechos, los acarició examinándolos, paseando la yema de sus dedos por los pezones duros de la mujer, siguió con las costillas, se detuvo en cada cavidad dándole infinito placer, con movimientos lentos y suaves pero firmes, la recostó de espaldas sobre la cama y sus dedos recorrieron su cadera hasta llegar al pubis, deslizó con suavidad sus dedos por entre los pliegues de su piel y cuando se sintió preso de la humedad, se dejó amar. Ella por su parte, con mucho más pudor, acarició el pecho de su hombre, paseó sus manos por la espalda de Darío y recorrió su vello púbico hasta sentir la dureza que presagiaba la excitante noche que vivirían ambos.

Se amaron con mucha delicadeza al comenzar, Raquel no podía evitar gemir cada vez que Darío metía sus dedos en su sexo y la besaba con algo de rabia. Después de tanto acariciarla y después de tantos nervios la penetró con suavidad y ella sintió apenas unos pinchazos, pero una vez que logró relajarse por completo, anhelaba con gran placer los movimientos de Darío que la llenaban de éxtasis. Él comenzó a excitarse demasiado, la embestía con furia y luego con dulzura, era casi como su misma personalidad cambiante, extremista, pero no importaba nada, Raquel lo disfrutaba en demasía y la penetró durante tanto tiempo que la noche casi se hizo día. Se amaron por varias horas, hasta el punto que sus cuerpos se bañaron en sudor y la respiración se agitó hasta soltar del alma de ambos placenteros gemidos, apagados cada cierto rato por los orgasmos de ella y los gritos entre dientes de él. Hicieron el amor casi toda la noche y se quedaron dormidos juntos, sobre la cama, uno al lado del otro, tiernamente.

Cuando el sol se asomó por la cortina ya eran más de las siete, Darío se apresuró en salir sin hacer un solo ruido, era día laboral y él es muy muy responsable. Raquel por su parte se despertó muy tarde y algo asustada, el lecho estaba ya frío y ella estaba sola; por un momento pensó haberlo soñado todo, pero se levantó, se puso la bata y caminó por la casa recorriendo el desorden de su ropa y zapatos, además encontró sobre la alfombra, el pañuelo que Darío llevaba en el traje la noche anterior, que aunque era el único vestigio de su amante, le confirmaba que sus recuerdos eran reales. No paró de sonreír mientras ordenaba la habitación y abría las cortinas y ventanas para dejar entrar al sol.  Estaba embebida en el aroma de las sábanas, y el perfume de su amado. Haber aceptado la cita que planificó su hermana Lucía había sido la mejor decisión del mundo, ¿sería que estaba enamorada? Se sentía hasta un poco tonta, pero tan feliz que le gustaba. Se dio un baño y salió rápido para la zapatería, quería agradecerle a su hermana por la cita e invitar a Darío a almorzar con ella esa tarde. Pero la pobre había olvidado un detalle muy importante. Darío, salió aún de madrugada, y sin encender la luz para no perturbar su sueño, eso significaba que nunca le vio el rostro aunque para él eso no fuera necesario. Pronto Raquel comprendería que no quizás era necesario pero sí muy importante.

Bueno, por si no lo habían imaginado, ese Joaquín del que hablaban en la cena soy yo; yo soy el pololo de Lucía y el cuñado de Raquel, vivimos juntos en el centro pero, nuestra historia es para otro día.

 Acá en la zapatería desde temprano se le vio a Darío con una muy amplia sonrisa en el rostro, algunos bromeamos con él, Lucía advirtió que tenía que ver con la cita de la noche anterior, pero no se animó a preguntar nada. Más tarde, fue sorprendida por su hermana, la cual venía muy feliz, maquillada y con su cabello recogido en un lindo peinado. Lucía estaba muy feliz por ella. Las hermanas hablaron, se abrazaron y rieron. Luego Lucía fue a buscar a su “cuñado” a la bodega para que Raquel pudiera saludarlo. Él, se apresuró a terminar lo que estaba haciendo y al salir de la bodega con una gran sonrisa, esbozada sin dificultad alguna, la ve de espaldas y así, sin avisarle se le acerca y le besa el cuello con infinita ternura, Raquel voltea lentamente y le pone el pañuelo entre sus manos, mientras mira el rostro de su amado que se desfigura rápidamente aún más que el propio, en una fea mueca de evidente desagrado.

 Toda la zapatería se sumergió en un silencio absoluto, como ese terrible silencio que existe sólo antes de la vida y después de la muerte. Darío retrocedió unos cuantos pasos alejándose de Raquel, miraba el rostro de la chica boquiabierto. No decía nada y no quitaba su mueca tampoco; el empedernido enamorado se convertía, con el paso de los segundos, en un frágil niño pequeño, nervioso y asustado; no podía creer lo que estaba viendo. Estaba horrorizado, la miraba una y otra vez sin dar crédito a lo que veía. La sonrisa de Raquel ya se había esfumado del todo, cuando advirtió el asombro de Darío, intentó tocarle la cara, pero él rehuyó, quiso tomar su mano, pero él la alejó con brusquedad.

 —Darío ¿Qué pasa? Soy Raquel, tu princesa —dijo con voz temblorosa.

— ¿Qué? Por supuesto que no. ¡No! Esto debe ser una broma —dijo Darío.

—Pero soy yo, no me hagas esto, te pedí que me miraras anoche —Casi gritando.

— ¿Anoche? Señorita, yo no la conozco, disculpe —dijo tratando de irse, pero la chica lo sujetó por el brazo.

— ¿Pero cómo? Si anoche salimos juntos, fuimos a cenar y luego a mi casa…tú y yo…la venda…Darío por favor…anoche…anoche hicimos el amor —terminó susurrando.

— ¿Ah, sí? Eso…eso no…no…eso no fue amor…fue…sólo fue sexo.

Raquel (cabizbaja y con voz muy tenue) —bueno, pero…tuviste sexo conmigo ¡NO LO NIEGUES! —Le gritó sin importarle que ya todos les prestábamos atención.

Darío estaba evidentemente nervioso, asustado, perturbado por su descubrimiento. —Oh que tonto fui, nunca debí vendarme los ojos.

— ¿Por qué? ¿Ah? ¿Dime? —inquiría la chica con tono burlesco.

— ¿Cómo que por qué? (molesto) Tú no eres mi amor, tú no puedes ser mi princesa. Mi Raquel no es así…

— ¿por las marcas de mi rostro? Por eso lo dices ¿cierto? Te diré una cosa Darío. No fue mi culpa lo del accidente…

— ¡TAMPOCO MÍA! —Le gritó Darío con desesperación.

—Pero la cita sí fue culpa tuya —Le recriminó la joven evidentemente afectada por la reacción del bodeguero.

 Darío tomándose la cabeza con ambas manos se sentó en una de esas butacas que tenemos para que las clientas se prueben los zapatos y Raquel lo tomó del brazo nuevamente.

—No, no puedes ser tú, tú no eres mi Raquel —repetía sin compasión.

Raquel ya molesta por la situación le responde —sí, aunque no lo creas yo soy la dulce princesa que tuvo “SEXO” contigo —dijo exagerando la palabra.

No, no y ¡no! Yo no tuve sexo contigo… tuve… que idiota fui…eso no fue nada, no tuve sexo contigo ¡tuve sexo con tu sombra! —gritó y su voz se diluyó en el perfecto silencio de la tienda.

La chica abatida lo soltó, Darío de inmediato se puso de pie y se dirigió casi corriendo a la bodega, bajo la atenta mirada de todos nosotros, que permanecíamos en nuestros sitios, como congelados observando la escena. El flaco tomó su chaqueta y simplemente se fue, Lucía lloraba en silencio sin poder hacer nada, yo sólo atiné a acercármele y abrazarla fuerte; Raquel en un acto casi inconsciente intentó seguirlo, pero se detuvo en la vereda justo frente a la puerta de vidrio viéndolo como se alejaba, se volteó hacia la tienda y se dio cuenta que todos aun la mirábamos estupefactos, entonces divisó su reflejo en la vitrina y atinó a soltarse el pelo, desarmó el bello peinado para tapar su rostro como siempre y alejarse de la zapatería que tanta alegría le había dado. Miró una vez más el horizonte, supongo que, con la esperanza de verlo regresar arrepentido, pero él no volvió y ella echó a caminar en dirección opuesta, comprendiendo que era el fin. FIN KM

 

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Modificado por última vez en Miércoles, 21 Abril 2021 20:19
Katha Morgan

Rockera de corazón. 
De profesión docente y actriz.
De oficio escritora, locutora y productora radial.
Siempre ligada a las artes.

satiraradio.wixsite.com/website
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